Discurso para Boda "Los matrimonios modernos y la libertad"

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Un ejemplo de un emotivo discurso de boda. Fragmento "Es una verdad, digamos, de tendero. En realidad, las palabras bien meditadas, las palabras sinceras, así como las de grito o de consuelo, las palabras soeces o las palabras tiernas, tienen fuerza y significado. Las palabras hieren, las palabras curan. Las palabras quedan".

Para Laura y para Pablo:

Los matrimonios modernos y la libertad

Quiero agradecer a Laura y a Pablo, el honor de haberme solicitado que les dirigiera unas palabras el día de hoy, día que, como todos los que estamos aquí reunidos sabemos, tendrá una gran importancia en sus vidas.

Dice un refrán popular muy socorrido e inusualmente muy poco certero, que “las palabras se las lleva el viento”; pero esta percepción que tanto se repite es más bien superficial. Es una verdad, digamos, de tendero. En realidad, las palabras bien meditadas, las palabras sinceras, así como las de grito o de consuelo, las palabras soeces o las palabras tiernas, tienen fuerza y significado. Las palabras hieren, las palabras curan. Las palabras quedan.

Esta sencilla ceremonia, por ejemplo, se compone esencialmente de palabras. Los novios dirán sus votos; aquí, frente a todos; los padres dirán sus palabras de apoyo y seguramente todas serán palabras sentidas, sinceras y de buena fe. Y todos nosotros seremos testigos, y eso les dará más fuerza. Las palabras quedan. (No es necesario argumentar más este punto porque los novios saben bien del don de las palabras, al grado que viven de ellas).

Discurso para bodas

El caso es que primero me tocó a mi. Y dispongo de algo así como diez minutos, así que son bastantes palabras. Confío en que merezcan su atención.

Lo primero que pensé en hacer, cuando Pablo me pidió por correo si podía decir unas palabras en su boda, fue en escribir una contra epístola de Melchor Ocampo, esa cuartilla y media o dos, escrita allá en julio de 1859 y leída como estandarte de la concepción laica del matrimonio civil, por más de cien años. Sólo recientemente fue descartada esta epístola del protocolo en los registros civiles de México. Millones de matrimonios mexicanos la escucharon.

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Debo decir que en el caso de mi matrimonio con María Elena, decidí ofrecer un estímulo económico a una jueza para que no lo hiciera, para que no nos leyera la famosa epístola, por considerarla injuriosa hacia la mujer. Y la jueza, acaso por tratarse precisamente de una mujer, aceptó de buen grado. Desafortunadamente, también aceptó el billete que le ofrecí. Eso fue hace veintiocho años, una vida en pareja y dos hermosas hijas atrás.

Ahora bien, durante este inolvidable noviembre del 2011, bajo la dulce presión de decir estas palabras, decidí leer detalladamente y por mi cuenta la epístola de Melchor Ocampo; que es un viejo y conocido amigo mío (lo siento, pero le pidieron las palabras a este aprendiz de historiador y hay que recordar que Melchor Ocampo no fue una personalidad cualquiera, sino un héroe de la Reforma y coautor de algunas de sus leyes anticlericales más importantes de México, asesinado por los conservadores en Tepeji del Río, en 1861, dos años justos después de haber escrito su célebre epístola. Como curiosidad adicional diré que Melchor Ocampo no usó nunca, pues carecía de él, un segundo apellido).

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¿Y cuál fue la conclusión de mi atenta lectura?

Puede resumirse en una sola idea: Los matrimonios antiguos eran más simples, más seguros, más fáciles; pero los matrimonios modernos son más libres. Más libres, aunque… también menos seguros y más difíciles. La palabra libertad hace toda la diferencia. Más todavía, la mayor libertad en la decisión de los matrimonios modernos (los matrimonios post-epístola de Melchor Ocampo, digamos) va de la mano de la mayor igualdad entre los cónyuges. No puede haber una sin la otra. Por eso los matrimonios modernos son mil veces superiores a los antiguos. Porque son más igualitarios y más libres. Además, es esto lo que permite que el amor sea un ingrediente indispensable de la fórmula exitosa. Acaso no siempre, acaso nunca completamente, porque ello entra en el reino de la utopía, pero sensiblemente más libres, más igualitarios, más amorosos. Como veremos, la libertad no es gratuita. También tiene sus costos.

Para explicarme mejor voy a recurrir brevemente a algunos conceptos de la epístola de 1859. Melchor Ocampo escribió allí, que el hombre tiene como principales dotes el valor y la fuerza. Paralelamente, sostuvo que la mujer, en cambio, tiene como dotes primordiales, además de la abnegación, la perspicacia y la belleza (hay que recordar que está escribiendo un hombre), la compasión y la ternura.

Me pregunto y les pregunto, ¿no parece concentrarse cada vez más hoy en día, el valor y la fuerza en las mujeres que en hombres? Por otro lado, me pregunto y les pregunto: ¿No se encuentra hoy con harta frecuencia mayor compasión y ternura en muchos hombres que en algunas mujeres? Luego entonces, ¿no son el valor y la fuerza; la compasión y la ternura, cualidades deseables para hombres y mujeres todos, cualidades humanas sin más? Melchor Ocampo dividió los dones por género, yo pienso que hay que unirlos. Laura y Pablo tendrán su propia mezcla, su propia fórmula que les distinga como hombres valientes, fuertes, sensibles y tiernos.

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Ahora quiero hablar en positivo de un par de recomendaciones muy sensata que la epístola contiene: Primero, escribió Melchor Ocampo que entre los esposos “nunca se dirán injurias, porque las injurias entre los casados deshonran al que las vierte”. Confieso que me gusta esta frase. Es difícil, muy difícil cumplirla, pero es viable. Al respecto, una recomendación que he escuchado varias veces de la boca de un tío de María Elena, el tío Alfredo. El tío Alfredo sugiere sabiamente (y sorprendentemente practica su dicho), que antes de enjuiciar, despotricar, agredir la opinión de la pareja (o para el caso, de cualquiera) uno se pregunte a sí mismo: ¿Y eso, en qué me perjudica? Por lo general la respuesta es: en muy poco. Y una palabra salta a la mente, la palabra prudencia. Hay que recordar que las palabras quedan. Para heridas de palabra no hay medicina que valga.

Segunda recomendación, aunque de momento un poco lejana. La epístola recomienda con tino, a propósito de la educación de los hijos, que los padres adopten una conducta, “digna de servirles de modelo.” Sobre ello no tengo reparo. Si bien es cierto que, como he venido argumentando, las palabras quedan; los ejemplos, las conductas, y sobre todo, la acción de predicar con el ejemplo: marca. Marca para bien, pero también puede marcar para mal: particularmente cuando el ejemplo choca y se contradice con las palabras. Dice Coqui –y Coqui sabe muchas cosas-, que produce esquizofrenia.

Dos palabras más sobre la epístola. Allí donde el héroe de la Reforma y su época realmente regaron el tepache fue cuando definieron los roles sexuales de los hombres y mujeres según dominación y sojuzgamiento voluntarios: El hombre casado, escribió Ocampo: “debe tratar a la mujer con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil”. En cambio, la mujer, escuchen bien: “debe dar y dará al marido obediencia y agrado… tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de si mismo, propia de su carácter.” Aquí sí se produce un salto mortal, un corto circuito, y se erizan los pelos de las feministas de manera involuntaria. Por eso había que sobornar a la jueza. Se nota pues que don Melchor Ocampo no conoció la colonia Condesa o la colonia Cuauhtémoc, donde viven Laura y Pablo.

Muy bien. He superado con mucho la mitad de mis palabras. Ahora debo tratar de cerrar y redondear la idea de por qué los matrimonios modernos son más libres. En realidad la causa es muy simple. Las mujeres de hoy en día (al menos las de las clases medias, al menos las que me rodean) son más poderosas, tienen mayor instrucción y protección legal. Y también yo diría que los hombre son –somos- menos machos. En consecuencia, es la voluntad compartida, mediada por el amor, la que decide la formación de la pareja. Los padres sólo son testigos.

En los matrimonios antiguos, las parejas se casaban y luego se conocían. En los matrimonios modernos, las parejas se conocen y después se casan. Se casan porque se quieren. Además del amor, que cada quien entiende y nadie sabe explicar sin recurrir a la poesía… hay otro sentimiento que es arena en esta mezcla: el de la solidaridad. La solidaridad es la arena, la atracción es la grava y el amor es el cemento.

He dicho antes que los matrimonios modernos, que son más libres, son también más frágiles. Su libertad les vuelve más frágiles porque existe también la libertad para separarse, sobre todo si no tienen suficiente arena, o les falta grava o se desperdicia el cemento. Y resulta que esta mezcla se debe preparar constantemente, porque constantemente se usa y se desgasta. Precisa renovarse. En este sentido, los matrimonios modernos se parecen un poco a los vuelos en los globos aerostáticos. Se sabe cómo y cuando “zarpan”, mas no dónde van a parar. Ello depende del combustibles, de la habilidad de los viajeros, pero también de la humedad y de los vientos. Su trayecto renovado es siempre una aventura. Este trayecto renovado permite confrontar a uno de los más grandes enemigos de las parejas, que es la rutina. La rutina es inevitable y si se la deja crecer demasiado, acecha contra la felicidad de la pareja, esa felicidad entendida no como algo estático, sino como un regalo intermitente de nuestros actos. Les deseo pues a Laura y Pablo, arena, grava y cemento: solidaridad, deseo y amor, para que sigan construyendo su vida como pareja. Y que don Melchor Ocampo descanse en paz.

Y ahora sí para terminar, voy a recurrir a una aliada especialista en estos trances, conocida mía más bien reciente, pese a mis muchos años: la poesía. ¿Qué poeta no ha cantado al amor, esa fuerza telúrica, incomprensible e indómita? Para quienes no somos poetas, la poesía con mayúsculas hay que tomarla prestada. En la versión anterior a estas notas había seleccionado a cuatro poetas, de distintos rincones del mundo, para decir fragmentos de obras suyas que me conmovieron. Les iba a leer algo de nuestro Jaime Sabines, del enorme Pablo Neruda, y hasta de un semidesconocido, don Tomas Transtromer, el viejo poeta sueco que obtuvo el Premio Nobel de Literatura este año; pero María Elena dijo que era demasiado. Y como suele suceder, tenía razón. Me quedé con uno solo ejemplo. Se trata de una canción, una canción que yo recibí de regalo de María Elena hace tres décadas, y se volvió “nuestra canción”. Se las ofrecemos de común acuerdo, de parte de Mario Benedetti. Diré solamente unas estrofas. Ojalá les guste. Ojalá les sea útil. La poesía es un bien público y una herramienta indispensable para los vuelos aerostáticos. También sirve de cemento. Se titula, simplemente, Te quiero.

Si te quiero es porque sos, mi amor, mi cómplice y todo

Y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos

 

Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos

Te quiero porque tus manos, trabajan por la justicia

 

Tus ojos son mi conjuro, contra la mala jornada

Te quiero por tu mirada, que mira y siembra futuro

Si te quiero es porque sos, mi amor, mi cómplice y todo Y en la calle codo a codo, somos mucho más que dos.

 

GRACIAS

Y AHORA VAMOS A CONTINUAR CON ESTA CEREMONIA

 

Tonatiuh Aguila

Chiconcuac, Morelos, 19 de noviembre de 2011.

 

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